Es de noche y camino por Corrientes hacia la 9 de Julio. Me encuentro con un tumulto de gente que hace fila en la vereda para entrar a ver un espectáculo protagonizado por Susana Giménez. La fila da varias vueltas. A mi derecha, una gigantografía casi del porte del obelisco con ella en todo su esplendor. En el gentío, muchas rubias como sus reproducciones en serie. Me bajo de la acera, cuidando mi espalda para no correr peligro por algún automóvil. Retomo el camino seguro. Hace frío, pero no dejo de sudar producto de un resfriado alérgico y una atmosfera algo húmeda. Los principales restaurantes del distrito teatral están repletos y con mucha clientela en espera. Me alejo buscando una alternativa. Voy contento, transformado. Con los residuos que dejan ese tipo de experiencias que suceden solo de vez en cuando. Encuentro un restaurante llamado “Arturito”. Me acuerdo de mi padre y me digo: “Este es el lugar”. Hay pocas mesas vacías y decido entrar. Avanzo entre las mesas ocupadas en su mayoría por parejas mayores. Encuentro un espacio cómodo y me siento mirando hacia la calle. El lugar se sostiene, aparentemente, por algún pasado glorioso. Hoy, un público elegante a la manera antigua. Mi intuición me dice que el lugar tiene prestigio por su cocina. Pido la carta mientras pienso en Lars Norén. ¿Quién será este dramaturgo sueco que logró volarme la cabeza?. A Veronese, el director de “Vigilia de noche”, lo sigo desde los 90, cuando en esta misma ciudad, pude presenciar “Hamlet Machine” de Heiner Müller, con su mítica compañía El Periférico de Objetos. Ahora, en un estilo realista, vuelvo a impactarme por el “hecho teatral”. ¿Es Norén o es Veronese?. Son las dos cosas, me respondo. Reviso la carta; cocina española y argentina. Pido una cazuela de calamar y una cerveza. La soledad es buena para reflexionar fluidamente sin interrupciones. Pienso en el montaje. El Centro Cultural San Martin tiene su mística y eso le entrega una especie de preludio al espectáculo a ver. El público, más que nada parecen personas cultas, alejadas de cualquier esnobismo. La excusa: La reciente muerte de la madre confronta a dos hermanos ya mayores, con sus propias miserias y egoismos. Las mujeres, sus esposas, sacan a la luz el abandono y el dolor que les provoca ser una especie de sombra de sus maridos. Todos borrachos, no dejan nada adentro. Al centro del espacio, las cenizas de la madre. De fondo, solo música jazz. Vigilia de noche es un montaje que se mete en las relaciones familiares, develando el vacío, los problemas de comunicación y las relaciones de poder inmersas en este nucleo que funciona como una metáfora de la sociedad contemporánea. Una obra dura, de relaciones desbocadas y a ratos violentas. Lo que más me llamó la atención es que los actores se desenvuelven desde el personaje, ellos desaparecen. No logro percibir ego. Actúan desde las emociones y la razón o la intelectualidad del texto, lo que lo convierte en un plato exquisito. Disfruto mi cazuela y recuerdo un momento de climax. Uno de los actores, mientras se desarrolla la obra, me mira a los ojos como un encuentro de comprensión sincrónico. Algo imperceptible para los otros. Cosas que solo suceden en el teatro. Satisfecho y convencido de mi futuro, me levanto, salgo a la calle y tomo un taxi para ir en busca de mis amigos que se encuentran en un bar de Palermo Soho. Vigilia Nocturna.
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