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nona fernández

Actualizado: 23 jun 2022

Entrevista por Mauricio Fuentes para Interdram.

20 de abril de 2020.


"Yo me robo esas historias que siguen brillando sobre nuestras cabezas. Y como tengo vocación de forense o de médium, me gusta investigar esos cadáveres, ponerlos en la mesa de la autopsia, reconstituir las escenas de sus crímenes, escuchar sus voces muertas…”.


Créditos fotografía: Sergio López Isla.


A Nona Fernández me la he encontrado casi la misma cantidad de veces arriba del escenario, como abajo de este. En ambos espacios es encantadora, lúdica y con un humor desbordante. Nona Fernández es una de las narradoras chilenas que ha retratado a toda una generación que vivió su infancia y adolescencia en los 70 y 80. Su escritura ha sido traducida y publicada en diversas partes del mundo. Es actriz profesional y luego de un largo recorrido por la prosa, llegó a la dramaturgia para marcar terreno. Sus obras son montadas por su propia compañía, donde ella también participa como actriz y Marcelo Leonart, su pareja, es el director. Nuestro último encuentro fue en Buenos Aires, cuando vino junto a La Pieza Oscura, a presentar El Taller, en el Festival Temporada Alta, del Teatro Timbre Cuatro. Finalizada la función hubo un conversatorio con el público y luego uno más cercano, donde pudimos compartir experiencias en torno al teatro y discutir sobre escritura, dictadura y estallido social.

Estamos en medio de la pandemia del COVID-19. Muchos intelectuales, tales como Zizek, Byung-Chul Han o Harari, han emitido diversas especulaciones sobre lo que se nos podría venir en el futuro, producto de esta crisis. Muchas de estas hipótesis son contradictorias entre sí. Yo prefiero abstenerme de hablar del futuro, todo es incierto, de hecho, el mismo virus es para los científicos, todavía, un misterio. Es difícil hacer una pregunta en relación a esta pandemia y sus efectos en la escritura o la creación artística futura. Por lo tanto, te invito a jugar, a relacionar estas dos palabras, de la manera más libre que puedas: (1) Coronavirus, (2) dramaturgia.


Creo que la dramaturgia, como toda la creación artística, está incubando en esta pausa un replanteamiento profundo. Ya desde el 18 de octubre esta inquietud se hace presente con la revuelta social. Hemos sido removidas y removidos desde lo más profundo y, por lo menos para mí, en este momento, la escritura con un plan se vuelve imposible. Todo es cuestionamiento. ¿Qué escribir? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Sobre qué? ¿Qué formato utilizar? ¿Qué estructura? El arte trabaja con el imaginario de cada época y la realidad en este momento es muy densa y difícil de procesar. Cada día es un desafío de reflexión desde muchas áreas. Política, social, humanitaria, económica, sanitaria, y, por lo menos para mí, no es posible traducir aún ni siquiera destellos del todo. La escritura que a mí me interesa ejercer es de absoluta conexión con su tiempo. Escribir para intentar convocar la realidad, para desmenuzarla, para procesarla. Pero ahora mismo es tal la cantidad de información y de vivencia que se requiere decantar, esperar que la borra del café se pose en el fondo de la taza para intentar ver algo. Y quizá, como las gitanas, desde ahí predecir el presente.



Tú eres de la generación que creció en plena dictadura y uno puede ver que en tu dramaturgia este tema siempre está presente. ¿Crees que tus obras marcan una diferencia a la hora de tratar o hacer referencias a este periodo de nuestra historia? ¿Se puede agotar la dictadura y sus efectos, como leitmotiv, a la hora de escribir, o siempre va a ser un desafío para inventar nuevas formas y puntos de vista en torno a este tema?


Los temas nunca se agotan. Los escritores y las escritoras, sí. Se repiten, usan una fórmula, terminan apagando la llama. No sé si mi trabajo marque una diferencia con lo ya hecho, sólo sé que el tema ha resultado ser una condena, una hermosa y gozosa condena, porque aunque quiero, nunca he podido salir de ahí. La dictadura es como mi Ítaca, siempre estoy volviendo. ¿Pero no es esa la realidad de todo Chile? ¿Se puede salir de ahí? ¿No estamos todos atrapados en esa isla? ¿Con la constitución que tenemos, con el sistema económico que nos rige, con la clase gobernante que lidera? Nací el año 1971, tenía dos años cuando llegó el Golpe Militar. Salí al mundo entre marchas, velorios, helicópteros y funerales. Soy parte de una generación medio perdida, que no fue protagonista de nada, pero que observó con ojos adolescentes, e intentó a sus pocos años movilizarse. Creo que estamos un poco condenados al recuerdo. Quizá por eso, sin plan, sin propósito, como un acto orgánico, cada escritura que emprendí lo hice pensando en esos niños que fuimos. Resucito historias que viví, que se cruzaron en mi camino, que escuché, que me contaron, e intento darles un espacio en el ahora. Creo firmemente en la posta de la memoria. Me interesa construir una memoria colectiva. No la oficial, no la anquilosada en museos o manuales. No la de los buenos y los malos. No la que tranquiliza. Me interesa la memoria viva, la que hacemos entre todos, la hecha a retazos con los recuerdos de unos y otros.

Los pastores en los campos, en las zonas donde la contaminación aún no ha llegado por completo, conducen sus rebaños dejándose guiar por las estrellas. Marcan sus rutas mirando esas luces lejanas que no son más que destellos de cuerpos astrales que ocurrieron hace millones de años. La luz de ese pasado es parte de nuestro presente, ilumina como un faro nuestro futuro. Esas estrellas hablan sobre nuestras cabezas. A ratos tienen las caras de los niños que fuimos y que ya no están, los que cayeron en un combate estúpido a los quince años. A ratos tienen la cara de los protagonistas de todos esos funerales y velorios a los que asistí de niña.

Walter Benjamin, anotó en sus Tesis Sobre Filosofía de la Historia, escritas en 1940, cuando intentaba atravesar los Pirineos escapando de la policía española y nazi que lo buscaba por ser judío y marxista, que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Todo vale en el registro, todo sirve en la recopilación, en el reciclaje de la escritura y la memoria. Yo me robo esas historias que siguen brillando sobre nuestras cabezas. Y como tengo vocación de forense o de médium, me gusta investigar esos cadáveres, ponerlos en la mesa de la autopsia, reconstituir las escenas de sus crímenes, escuchar sus voces muertas y hacer lo mismo que los pastores, lanzarlas al presente para que sirvan como una guía. Porque nada de lo que ha acontecido se debe dar por perdido para la historia.



Roxana Naranjo, Nona Fernández y Carmina Riego en Liceo de niñas. Créditos fotografía Maglio Pérez.



El año 2018, junto a la actriz Paulina García, fuiste directora artística de la Muestra Nacional de Dramaturgia. ¿Qué significó para ti esta experiencia?


Fue una de las experiencias más hermosas, enriquecedoras y estimulantes que he tenido en los últimos años. Se armó un equipo de trabajo apasionado y generoso, cuatro mujeres energéticas, creativas, cariñosas, respetuosas y muy, pero muy trabajadoras. La Natalia Vargas, la Ana Cosmelli, la Paulina García y yo. Y alrededor de nosotras un grupo de colaboradores y colaboradoras entusiasta que trabajaron con todo. Artistas, gestorxs, editorxs, productorxs, dramaturgxs. Quisimos hacer una muestra lo más transversal posible, lo más inclusiva, aliándonos con salas de teatro, gestores, educadores, editoriales y artistas de Santiago y de regiones. Fue un buque enorme de movilizar y aprendí mucho de las diversas realidades de los equipos, de las salas, de los artistas, de los dramaturgos y dramaturgas. Somos un gremio muy, pero muy precarizado, pero la pasión nos mueve tan peligrosamente que en el goce del hacer no dimensionamos esa precariedad. Es un arma de doble filo. Y en la muestra vi esa pasión desplegarse felizmente entre todos los que participamos. De esa experiencia tan colaborativa es que hoy surge, en medio de esta crisis sanitaria, una preocupación tremenda por mis compañeras y compañeros. Mientras escribo esto, espero que todas las conversaciones con el ministerio den fruto para que existan apoyos reales y contundentes para la sobrevivencia de nuestro sector. Y que esta preocupación que existe por nosotros sea el comienzo de un trabajo que nos ayude a salir de esa precariedad constante en nuestro hacer.

Y el tesoro más grande que guardo de esa experiencia, fue la vivencia de esos dos intensos años con Alejandro Sieveking. Quisimos que la muestra lo homenajeara, que todo circulara en relación a él, a su trabajo y a su persona. Hicimos charlas con él, lo llevamos a Antofagasta y a Concepción, hicimos un pequeño documental, compartió con las dramaturgas y dramaturgos seleccionados, con los equipos de trabajo, actuó en una de las obras de la muestra. Su encanto hechizó a todas y todos, y creo que fue el ingrediente que embalsamó la experiencia colectiva. Alejandro fue un maestro gentil, tremendamente generoso, portador de una experiencia teatral inabarcable que compartía con gusto. Agradezco cada minuto que pasamos juntos. Aún no logro hacerme a la idea de que ya no esté.



Nona Fernández, Carmina Riego en El taller. Créditos fotografía Maglio Pérez.



En un momento en que el feminismo ha vuelto a ser protagónico alrededor del mundo, ¿Qué significa para ti, como dramaturga y en tu condición de mujer, este movimiento que de alguna manera está removiendo estructuras en todas las sociedades?

Creo sinceramente que el feminismo es el camino de articulación para generar todos los cambios que el mundo necesita para su sobrevivencia y mejor desarrollo. No hay otro. Todos han fracasado, porque todos han dejado en segundo plano el punto de vista fundamental del 50% de la ciudadanía del planeta. Ya en esta revuelta social que hemos estado viviendo hemos experimentado el poder de gestión de las mujeres. Si hablamos de logros políticos, simbólicos, sociales, en estos seis meses de revuelta, esos logros son logros articulados por las mujeres. La posibilidad de pensar una constitución paritariamente es algo inédito en el mundo, y lo conseguimos las mujeres. La manifestación feminista del 8M recién pasado es la manifestación popular más grande de la que se tiene registro mundialmente. Las acciones artísticas del colectivo Las Tesis replicadas una y otra vez a nivel mundial, es otro logro del trabajo de las mujeres. Un trabajo en red, colaborativo, asociativo, con lógica horizontal, sin liderazgos protagónicos, eficaz y rápido. Y estos logros son solo ejemplos que pongo porque son cercanos y muy visibles. El feminismo desde siempre ha incluido la reflexión sobre todos los problemas de precarización de la ciudadanía, porque ahí donde hay uno, hay un grupo de mujeres sufriéndolo y pensándolo, además de sufrir la realidad base de la discriminación de género. Las feministas chilenas han ayudado a pensar y profundizar la democracia. Si tenemos voto universal en este país, es obra de las feministas. Si tenemos ley de divorcio, es obra de las feministas. Nuestra precaria e insuficiente ley de aborto en tres causales también. El feminismo corre los límites de lo posible, es desobediente, creativo, porfiado e imagina ese mejor futuro que todas y todos necesitamos.



Sobre tu obra El Taller, comentaste que el proceso de escritura fue muy cercano al trabajo de improvisación y de montaje. ¿La construcción de su dramaturgia se ayudó de lo que iba apareciendo en escena? ¿Crees que es más eficiente un texto trabajado en conjunto con el proceso de montaje a uno concebido en la soledad del autor?



Hasta ahora yo he participado como actriz en todas mis obras. Para poder trabajar con libertad mis dos roles (actriz y dramaturga), necesito dejar el texto lo más cerrado posible antes de entrar al escenario. Así, cuando parte el proceso de ensayo dejo de escribir y me preocupo únicamente de mi trabajo actoral. El texto es discutido y editado previamente con el director de la compañía, Marcelo Leonart, entonces partimos el proceso escénico con un texto sólido que nos convence a los dos. No improvisamos con él, no se trabaja el texto desde el escenario. Eso no quiere decir que si aparecen detalles interesantes a sumar o restar, no lo haga. Pero es una labor muy menor en el trabajo de escritura. Ahora, como ningún proceso es igual a otro y como cada material exige su forma de trabajo distinta, en el último montaje que estamos desarrollando todo ha sido muy diferente a los procesos anteriores. Esta vez es el traspaso de una novela mía (Space Invaders) al escenario, y ahí sí me he dejado guiar por lo que va ocurriendo escénicamente. Partí con un guion base que se ha ido modificando en su estructura y que ha ido encontrando su forma definitiva en el ensayo. El texto desafía al escenario y el escenario al texto, y en esa tensión, que se encarna en nosotras, las intérpretes, apareció el guion final. Ha sido un proceso de investigación dramatúrgica y escénica que se ha ido llevando en paralelo. En resumen, creo que cada obra nos desafía en su escritura y que el proceso creativo de cada texto se desarrolla de acuerdo a lo que este necesita. A veces puede ser la soledad de un escritorio. A veces puede ser la efervescencia colectiva del escenario. A veces pide mucha investigación de archivo. A veces pide opinión externa. A veces todo es certeza. A veces pura oscuridad. El texto, como un animalito, va pidiendo cómo desarrollarse y cómo encontrar su lugar. Lo que nos toca como dramaturgas y dramaturgos es estar atentos a sus necesidades específicas.



¿Cuál es la importancia y por qué escoges el humor negro como un ingrediente sustancial para condimentar tu escritura teatral y desarrollar así, temáticas tan trascendentales y duras, como el terrorismo de Estado?


Hay cierta voluntad de mi parte por replantear estas temáticas y estas historias. Sacarlas de la solemnidad, de la victimización, de la oficialidad. Ofrecer una mirada nueva, más desordenada, más lúdica, que dé espacio al público a entrar, sobre todo a las nuevas generaciones. Por eso el guiño a lo pop, a la cultura basura, y también el uso del humor. Creo de verdad que tenemos que ser capaces de contar nuestra versión de la historia y para eso hay que apropiarse de ella. El uso del humor no es para faltarle el respeto a los hechos dramáticos, sino todo lo contrario. Jugar con el humor y con los referentes pop, que también son parte de nuestra cultura, y darles una lectura de sentido, es parte de ese ejercicio de apropiación



Nona Fernández, Roxana Naranjo y Carmina Riego en Liceo de niñas. Crédito fotografía Maglio Pérez.



Tú estudiaste teatro y egresaste como actriz de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sin embargo, te lanzaste como escritora de cuentos y novelas, antes de llegar a la dramaturgia. ¿Cómo y por qué fue este proceso? ¿Cómo te ayuda ser escritora de prosa, a la hora de escribir dramaturgia?


Siempre estuve dividida entre mis dos pasiones que son la escritura y el escenario. Cuando era niña no sabía cómo se podía ser escritora, apagón cultural, dictadura, y ese impulso quedó circulando en el espacio del juego. Mientras que el teatro era una carrera universitaria y podía ejercerlo desde el mundo formal. Entonces estudié teatro mientras paralelamente escribía y hacía talleres literarios y jugaba con la prosa. Siempre la literatura para mí ha sido un juego. Un juego que se juega en serio, pero un juego. En cambio la dramaturgia la conocí en las aulas. Egon Wolff fue mi maestro, tuve la oportunidad de conocer el oficio desde su trabajo. Y en mis clases de historia siempre visité a los grandes dramaturgos. Digo dramaturgos porque nunca leí en la universidad el texto de una mujer. Creo que conocer desde la academia el oficio me frenó el impulso a escribir teatro. Tenía la impresión de que era algo muy serio y difícil, un territorio para gente muy inteligente y preparada, y debo decirlo, un espacio masculino. Sólo más adelante rompí todas esas trabas y me atreví a escribir teatro. Pero me demoré mucho en creerme capaz de hacerlo. Mi primera obra se estrenó el 2012, mientras mi primer libro lo publiqué el 2000. En ese sentido soy una escritora vieja, pero una dramaturga muy joven.



Leer extracto de obra Liceo de niñas



Las entrevistas de Interdram 2020, cuentan con el apoyo de Fondart Nacional, línea Difusión, convocatoria 2020. Ministerio de las Artes, la Cultura y el Patrimonio. Chile.



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